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viernes, 2 de agosto de 2019

Cuando los padres y los hijos no se llevan bien


Ser padre no es fácil, y ser hijo tampoco lo es. Hay una brecha que separa a los padres de los hijos y que depende de la edad. No importa si usted fue padre o madre a los 15 años, esos 15 años lo separarán de su hijo siempre. Los años que tenga de vida cuando tenga a sus hijos, marcarán en buena parte la cantidad de diferencias que tenga con ellos, ya que así no se quiera, siempre los padres pertenecerán a una generación diferente a la de sus hijos.

Cuando los hijos son pequeños, esa diferencia pocas veces es notoria. Los padres para sus hijos son por lo general los primeros héroes que conocen en su infancia. Los hijos ven a sus padres en la mayoría de las ocasiones, como seres poderosos que les enseñan todas las primeras cosas de la vida que ellos desconocen, y es normal que los hijos sientan durante muchos años, admiración por sus padres.


Los hijos crecen

Pero a medida que los hijos crecen y en la medida en que sus padres los tratan, esa admiración puede o bien incrementarse, o bien desaparecer por completo. Si los padres son castigadores, maltratadores, de aquellos que descargan toda su furia y su frustración en sus hijos, no pasará mucho tiempo antes de que en los hijos comience a desparecer todo el amor y la admiración y pase a ser reemplazado por el odio y la falta de respeto. Y si los padres son permisivos y no establecen ninguna clase de límites, y permiten toda suerte de excesos en sus hijos, el efecto que se consiga al final será casi exactamente el mismo.

Para los padres es todo un reto encontrar un equilibrio en la crianza y educación de sus hijos, y para los hijos es todo un reto aprender a ceder ante los requerimientos de sus padres.

Ni todos los padres ni todos los hijos son santos. En ambos bandos se encuentran muchos demonios ocultos jugando a hacer el papel de padres o de hijos. Hay padres malvados que lo único que les ofrecen a sus hijos son malos ejemplos y castigos, y de igual manera hay hijos que desde su más tierna infancia parecieran estar diseñados para desesperar a sus padres en un grado extremo, y lo más difícil de esta situación, es que no existe ningún manual de instrucciones que enseñe cómo ser un buen padre o un buen hijo y como lograr que, durante toda la vida, exista siempre una buena relación próspera y fructífera entre los padres y los hijos.

De cierta manera, los padres la tienen más difícil, ya que la inmensa mayoría de ellos se enfrentan a esa misión sagrada de guiar a sus hijos por un buen camino, sin saber a ciencia cierta cómo hacerlo y en la mayoría de los casos, los padres simplemente terminan imitando a sus propios padres y cometiendo las mismas equivocaciones que ellos a su vez cometieron. En pocas palabras, son nuestros padres quienes, sin saberlo, generan en nosotros la mayoría de los traumas que tenemos y que se hacen manifiestos en la edad adulta.

Esto significa entonces que, si sus padres fueron buenos o malos padres, es casi seguro que usted a la vez, sea de igual manera un buen o mal padre con sus propios hijos, ya que en esta vida la mayoría de las cosas esenciales, las aprendemos a través del ejemplo.

Cuando los padres y los hijos no se llevan bien, casi siempre hay una historia que contar detrás de esas relaciones y que se remonta a los primeros años de vida de cada persona, y cada actor de esas historias siempre tendrá argumentos propios para justificar su buen o mal comportamiento.


Cada quien con sus propias exigencias

Ser un buen padre, exige muchas veces desapegarse del pasado y olvidar las propias experiencias vividas, para así tener la posibilidad de ofrecerle a los hijos una vivencia totalmente diferente. De igual manera, ser buen padre es algo en donde se hace necesario ponerse al nivel de los hijos, a fin de adquirir la capacidad que se necesita para entender sus necesidades, de tal manera que se sepa y se pueda darles a ellos en la justa medida, lo que ellos requieren en cada momento de su vida para realizarse correctamente como seres humanos.

Ser buen hijo, demanda por su parte el tener la capacidad de ceder y de aceptar la guía de los padres. Cada ser humano trae en su comportamiento un instinto que lo lleva a querer caminar por la vida a su ritmo y a su manera, y muchas veces el camino que eligen los hijos, no siempre es el más adecuado. Frente a esto es donde por lo general aparece la intervención de los padres y si esta no es la correcta, las probabilidades de que las relaciones se echen a perder, se incrementan notablemente.

Aprender a escuchar, a ceder, a aceptarse mutuamente, es la clave que permite que los padres y los hijos puedan tener relaciones exitosas durante toda la vida. Quienes ponen en práctica estos principios, quienes son capaces de comunicarse de manera efectiva, son aquellos padres y aquellos hijos que logran hacer de sus relaciones familiares, una experiencia inolvidable para toda la vida.

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